Perverso?... Sobre el erotismo en la obra de Salvador Dalí.


“Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.
Huyes la oscura selva de formas increíbles.
Tu fantasía llega a donde llegan tus manos,
y gozas el soneto del mar en tu ventana.
¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada!
Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros.
No elogio tu imperfecto pincel adolescente,
pero canto la firme dirección de tus flechas.”
Oda a Salvador Dalí, Federico García Lorca.

Algunos textos escritos por Dalí en donde es posible encontrar pasajes de interés:
“Tenía nueve años, cuando en Figueras, fingiendo dormir, con la cabeza caída sobre mis antebrazos apoyados en la mesa del comedor, intentaba atraer la atención y el interés de una joven sirvienta. Con ello descubrí un peregrino placer: las migas de corteza de pan que había sobre el mantel se clavaban en mis codos, y yo debía soportar ese dolor para permanecer inmóvil mientras la sirvienta de faldas crujientes daba vueltas a mi alrededor. En aquel instante se oyó cierta vez el canto de un ruiseñor, que me emocionó hasta verter lágrimas. Aquel dolor y aquella alegría se unieron en mi memoria.”

“Una tarde, en el instituto, después de una clase de filosofía que tuvo lugar al aire libre, cambié una larga mirada con una de mis jovencitas compañeras. Con solo cruzar nuestras miradas nos pusimos de acuerdo. Sin esperar, salimos juntos corriendo para ocultar nuestra emoción, pronto estuvimos fuera de la ciudad. El campo estaba muy cerca. Le señalé un sembrado de trigo algunos pasos más lejos, nos dejamos caer en un nido formado por el trigo tumbado por el viento. Sus senos bellos y firmes me atraían. Le puse las manos en el pecho y los sentí palpitar bajo su vestido. Le tomé la boca largamente, fogosamente, hasta cortarle la respiración. Pero ella estaba resfriada y resoplaba entrecortadamente, sin conseguir retener los mocos que le resbalaban hasta las mejillas. En cuanto las soltaba, se secaba la nariz primero con un pañuelito y luego con los bajos de su vestido. La tomé en mis brazos, frotando mis labios contra sus rubios cabellos para borrar los rastros de moco que se me habían pegado y para intentar respirar el olor a corderito que subía de sus axilas. Con esta“novia” estuve ensayando durante cinco años toda la gama de mis sentimientos egoístas, narcisistas, paranoicos y sexuales, y explotar los más diversos aspectos de mi perversidad sensual. Primero, fascinarla . Con mis palabras, mis besos, mis actitudes, mis ambiciones. Era una presa fácil. Mis mentiras y mi hipocresía natural crearon un clima de embrujamiento que la subyugó. A continuación, romper en ella toda resistencia. Ya la primera tarde, le asesté una verdad terrible que la dejó atontada: “No te quiero”. Muy pronto, le anuncié que no iría con ella más de cinco años, sin amarla nunca. Nuestros amores fueron castos; caricias de senos y besos en la boca. Esta abstinencia, mi lenguaje despectivo, y mi ruda actitud componían la sabia red de la esclavitud moral que yo quería imponerle. Ella soportaba mis peores malignidades y era inmensamente dócil a mis caprichos; enséñame tus senos, más abajo, tiéndete, hazte la muerta, deja de respirar, abrázame. La comedia se repetía en cada encuentro y ella siempre obedecía. A veces ella sufría una crisis de lágrimas que yo calmaba con frialdad. En sus momentos de debilidad me volvía aún más exigente.Incluso le ordené romper con todos sus amigos para que se consagrara a mí únicamente. Ella accedió. Critiqué a todos sus parientes hasta destruir la estima que ella les tenía. Creaba un desierto a su alrededor y su tristeza era mayor cada vez... Le había impuesto mi cinismo, mi violencia, mis mentiras y, sobre todo, había puesto apunto el principio de mi sistema: la plenitud del placer amoroso mediante la insaciedad voluntaria y la servidumbre de la compañera..."
"Mi erotismo es un juego con reglas precisas y al mismo tiempo con una ascesis tan rigurosa como una ceremonia de iniciación. Se trata primero deseleccionar una serie de seres, escogidos por su belleza y actitudes amorosas y luego,hecha la elección, imaginar parejas cuyos componentes no se conozcan, establecer después una red de contactos, de diálogos, de situaciones que poco a poco sorprenderá, seducirá, convencerá a los actores del juego daliliano, cuya sutilidad evidentemente se les escapará, pero serán sus esclavos consintientes y sumisos.Poseo el arte de picar la curiosidad, de crear leyendas, de establecer contactos únicos. Esta diplomacia erótica me encanta hasta el momento en que habiendo suscitado la pasión de dos seres, los meto en mi probeta y los meto en mi lebrilllo donde, con sus cuerpos desnudos y sus deseos exacerbados van a entregarse, para mi deleite, al placer de las caricias bajo la genial autoridad daliliana. El colmo se alcanza cuando he tejido tal conjunto de complicaciones alrededor de esa pareja, cuyas resistencias han quedado rotas o borradas, que viene a ser como el centro de una especie de sacrificio de una experiencia un poco mágica. El único punto fijo de esta verdadera tela de araña soy yo; tela de araña en la que puedo atrapar a quien quiero, cuando quiero –tanto lo esperan todos- y mi voluntad se afirma como el elemento de su metamorfosis. Entonces llega la hora de idear una verdadera ceremonia erótica. Llegada esa hora, suelo gastar sumas considerables en cenas, en regalos, en trajes, en salidas, para conseguir mis fines y sojuzgar, fascinar a mis actores. Las preparaciones a veces duran meses y ajusto cuidadosamente todas las piezas de mi puzzle. Invento las perversiones más sutiles, impongo mis caprichos más extremados, decido para cada uno de los participantes los actos más locos, obtengo las confesiones más completas. Obligo a cada uno a imaginar su comportamiento en todos los detalles: usted se acostará así, se dejará acariciar de tal forma, sus piernas formarán tal ángulo, todo comenzará por la introducción de una paja a la que se prenderá fuego y usted soportará sin moverse hasta el último momento... Cuando cada uno de ellos ha sido pervertido, convertido, sometido, exaltado así, reuno un día al batallón de Eros en un lugar cuidadosamente escogido para llevar los instintos y los deseos hasta su paroxismo: espejos, acolchados, luz, alfombras, perfumes suaves. Cuido que todo el ceremonial se desarrolle con una precisión absoluta, con un rigor jerárquico en el que estén previstos no solamente los desplazamientos, sino también las posiciones, las actitudes, los ruidos, los vestidos, el detalle de cada operación. Cuando hago mi entrada, todo debe estar en su lugar, controlado por un maestro de ceremonias al que llamo notario en recuerdo de mi padre".

Dalí "Confesiones inconfesables"

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